
La ranita Esnobita cantaba en su estanque con mucha felicidad:
‑Kerouac, Kerouac, Kerouac.
Pasaron seis días y siete noches y
‑Kerouac, Kerouac, Kerouac.
Hasta que un buen día, después de croar y croar, gritó:
‑ ¡Me a Borroughs, estoy Artaud, ésta situación me eNerval, Pavese que es interminable!
Entonces