
No es tan errado decir: callar la boca.
Porque nuestros labios no son los únicos hablantes.
Hablan los pies cuando recogen secretos del césped.
Hablan las piernas cuando, ansiosas, gimen que sean tocadas.
Al llegar a su punto medio, el sexo no conversa; grita.
El ombligo también discute acaloradamente con el de alguien más,
se susurran intimidades, emiten con voz queda palabras obscenas
mientras los sobacos y los brazos se restriegan vocales húmedas.
Hablan los senos con sus negras bocinas, habla el cuello con el
ácido aroma de diez mil flores aplastadas.
Todos nuestros habitantes hablan entre sí,
se confunden sus voces para crear exclamaciones
en la lengua, en la garganta.
Mi cuerpo habla con él mismo y yo le contesto vía tacto.