
No, cuerpo,
me calles el alfiler entintado
que perfora el papel.
No le quites el sonido rojo
a la pluma de guacamaya,
porque entonces los cantos
de pájaro herido se confundirán
con el rocío de las hojas
en las que mi mano escribe.
No, cuerpo,
silencies las olas que se estrellan
en las ventanas de mi cabeza,
porque entonces los dedos
dejarán de tejer historias
con hilos de arena.
Cuerpo,
no calles el cuaderno
con susurros blancos.
Si lo haces,
la pureza nupcial de los papiros
se verá mancillada por la indiferencia.
No calles, cuerpo,
estas mis letras
que cuando lo haces,
pareciera que
el líquido tinta se nos pudre en las venas.